Es difícil observar los desastres de los últimos años: Otis, Helene, los incendios de Lahaina, Hawaii, y, más recientemente, los incendios de Los Ángeles y seriamente seguir creyendo que estas son simplemente consecuencias del orden natural, que se dan por azar y que no existe manera de controlar su curso o su potencia.
La realidad es que la fuerza de la naturaleza es inconmensurable; va mucho más allá de los límites de nuestro pensamiento, y es probablemente en los momentos más letales en los que nos recuerda de nuestra insignificancia frente a ella. Y ciertamente, una vez que la naturaleza se descontrola con toda su fuerza es poco probable que podamos hacer algo para detener o reducir la fuerza de su curso.
Sin embargo, la mentira más grande del siglo es que no tenemos nada que ver en cómo la naturaleza terminó tomando ese curso en primer lugar. Que el nivel de destrucción que nos estamos acostumbrando a ver alrededor del mundo, desde inundaciones hasta huracanes pasando por incendios y sequías, esto es lo “natural”.
A pesar de que haya habido otros desastres en el pasado, antes de que la crisis de los combustibles fósiles y el exceso de residuos fuera tan severa, es un hecho de que no adquirían el nivel de letalidad que vemos hoy en día.
Y es que el continuar acompañando la palabra desastre del adjetivo natural es tanto una contradicción como una manera de normalizar lo que no es normal. Una manera de ignorar todos los factores que se vieron involucrados para que la destrucción tuviera lugar
Un término contradictorio
Entre los geógrafos ambientales se acepta generalmente que no existen los desastres naturales. En cada fase y aspecto de un desastre (causas, vulnerabilidad, preparación, resultados y respuesta, y reconstrucción), los contornos del desastre y la diferencia entre quién vive y quién muere son, en mayor o menor medida, un cálculo social.
No se trata simplemente de un punto académico, sino práctico, y tiene que ver con cómo las sociedades se preparan y absorben los eventos naturales y cómo pueden o deben reconstruirse después.
Mami Mizutori, en una declaración para conmemorar los seis años del Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres (el plan mundial adoptado por los Estados miembros de las Naciones Unidas para reducir el riesgo de desastres y las pérdidas por desastres) dijo: “Al conmemorar el sexto aniversario de la adopción del Marco de Sendai, es hora de reconocer que no existen los desastres naturales. El mundo –en particular los países de bajos y medianos ingresos– está siendo devastado por una noción equivocada del progreso humano. El uso global de combustibles fósiles, la falta de cooperación internacional en apoyo a los países en desarrollo y sus sistemas de salud, la destrucción del medio ambiente, la urbanización no planificada y la pobreza desenfrenada están incrementando la frecuencia e intensidad de los desastres.”
Para trazar un rumbo más seguro y resiliente es necesario reconocer, en primer lugar, que no existen los “desastres naturales”. La palabra “natural” implica que estos eventos están completamente fuera de nuestro control, lo que nos absuelve de la responsabilidad de prepararnos y reducir el riesgo de peligros naturales.
Pero cuando el suelo tiembla o las aguas se desatan, no es la ira casual de la naturaleza la responsable última del número de muertos y la destrucción. Se trata de sistemas sociales, físicos y ecológicos vulnerables: comunidades que viven con agua, saneamiento, vivienda y atención sanitaria inadecuados, infraestructura mal construida y mantenida, y bosques, humedales y arrecifes de coral degradados que no pueden brindar protección contra las tormentas.
Debido a que los desastres revelan nuestras vulnerabilidades, reflejan las decisiones que tomamos como sociedad. Cuando destruimos y degradamos gran parte del mundo natural, hacemos que las comunidades sean más vulnerables a los desastres.
Esto también se relaciona directamente con lo impredecibles que se están volviendo los desastres. El ejemplo más claro podemos verlo en cómo el huracán Otis pasó de ser una tormenta tropical a un huracán de categoría 5 en cuestión de horas. Y aunque esto haya sido una ocasión única hasta ahora, no podemos saber si esta será la realidad de los desastres en el futuro.
Es por eso que tenemos que empezar a reconocer nuestra enorme participación en el cambio del curso de la naturaleza al igual que el mal planeamiento de nuestras ciudades y comunidades para poder enfrentar un desastre. Solo al entender todo lo que hacemos mal podemos comenzar a pensar en un futuro en el que estos fenómenos no lleguen a ser tan letales como lo han sido hasta ahora.
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