A lo largo de siglos, las ballenas han desempeñado un papel esencial en la salud de los océanos. Al expulsar excrementos ricos en hierro y nitrógeno, estos gigantes marinos estimulan el crecimiento del fitoplancton, pequeños organismos fotosintéticos que son la base de la cadena alimentaria marina y producen más del 50% del oxígeno que respiramos.
El fitoplancton no solo sustenta a innumerables especies marinas, sino que también absorbe grandes cantidades de dióxido de carbono (CO₂) de la atmósfera, reduciendo los niveles de gases de efecto invernadero.
Se ha estimado que los excrementos de las ballenas pueden contener hasta 10 millones de veces más hierro que el agua del océano, lo que genera explosiones de fitoplancton y fortalece este ciclo de absorción de carbono.
Más allá de su impacto en la fotosíntesis marina, las ballenas también desempeñan un papel clave en el almacenamiento de carbono. A lo largo de su vida, un solo individuo puede acumular hasta 33 toneladas de CO₂ en su cuerpo.
Cuando una ballena muere, su cuerpo se hunde en las profundidades del océano, llevando consigo este carbono almacenado y atrapándolo por siglos o incluso milenios.
Este proceso, conocido como «caída de ballena», no solo elimina carbono de la atmósfera, sino que también proporciona alimento y hábitat a diversas especies de las profundidades marinas.
A diferencia de los organismos terrestres, cuyos restos suelen liberar carbono nuevamente a la atmósfera tras su descomposición, los cuerpos de las ballenas funcionan como depósitos naturales de carbono azul, contribuyendo de forma significativa a la mitigación del cambio climático.
La caza intensiva de ballenas durante el siglo XX redujo sus poblaciones en más del 85%, generando consecuencias devastadoras para la vida marina.
Al disminuir el número de ballenas, se redujo también la fertilización oceánica y, con ello, la cantidad de fitoplancton en los océanos.
Menos fitoplancton significa menos captura de CO₂, lo que ha debilitado la capacidad del océano para regular el clima global. Este impacto no se limitó solo a los ecosistemas marinos, sino que afectó el equilibrio del carbono en todo el planeta.
La recuperación de las ballenas no solo es esencial para la biodiversidad marina, sino que también puede mejorar la capacidad del océano para absorber carbono.
Se ha estimado que la restauración de las poblaciones de ballenas barbadas podría capturar cantidades de carbono comparables a las de un bosque de más de 110.000 hectáreas.
Además, las ballenas generan beneficios económicos a través del ecoturismo, ofreciendo una alternativa sostenible frente a la caza. Este enfoque no solo protege a estos gigantes marinos, sino que también impulsa la economía local en muchas regiones costeras.
Las ballenas no son solo seres imponentes en los mares; su papel en los ecosistemas es mucho más profundo de lo que se pensaba.
Desde fertilizar los océanos hasta actuar como sumideros naturales de carbono, estos cetáceos desempeñan un papel clave en la salud del planeta.
Proteger sus poblaciones no es solo una cuestión de conservación marina, sino una estrategia fundamental en la lucha contra el cambio climático.
La evidencia científica respalda la importancia de restaurar sus números para recuperar el equilibrio de los océanos y mejorar la capacidad del planeta para capturar carbono.
Con información de Gizmodo
Foto: Istock
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