El río Colorado ha sido muchos ríos. En sus últimos 160 kilómetros, al cruzar la frontera entre Estados Unidos y México, su delta ha sido casi ninguno. Represado, desviado y sobreexplotado, se seca antes de llegar al Golfo de California.
En el desierto de Sonora, donde el cambio climático agudiza la falta de agua, hay personas buscando cómo compartir la escasez, incluso desde la agricultura, que es su uso más sediento.
Desde Mexicali, los cerros recortan el horizonte con su relieve gris y áspero. A miles de kilómetros de ahí, en las Montañas Rocosas de Estados Unidos, nace el río Colorado. Su agua fluyó libre hasta principios del siglo pasado, cuando se repartió entre Estados Unidos y México.
La división se basó en uno de los períodos más húmedos de la cuenca en los últimos 2,000 años, lo que causó una sobreasignación del 20%, marcando el inicio de su brutal transformación.
Al pedir más agua de la que el río podía ofrecer, se volvió uno de los ríos más domesticados del mundo; para distribuir su agua, se emplean una decena de presas, embalses y más de 80 derivaciones.
De esta cuenca dependen 40 millones de personas en California, Arizona, Nevada, Utah, Colorado, Nuevo México y Wyoming, en Estados Unidos, y Baja California y Sonora, en México. La sobreexplotación está marcada en su delta.
El cambio climático también implica retos para toda la cuenca: pérdida acelerada de nieve acumulada, la desaparición misteriosa de un porcentaje de la capa de nieve a la atmósfera por sublimación, sequías y evaporación de las reservas.
“El cambio climático es real, está con nosotros y hay que atacar”, cuenta Mario Alberto Meza desde su rancho Tata Lobo, por la carretera San Felipe, en el valle de Mexicali. Eligió ese nombre al convertirse en abuelo, pensando en el futuro de su familia en un Mexicali que ya siente diferente”.
Antes, recuerda, el agua era suficiente para los cultivos y el negocio prosperaba, pero con los recortes, “los pequeños agricultores empezaron a retirarse”. Él no quiso dejar atrás su vida. Hoy es una de las personas que busca cómo compartir la escasez y, con apoyo de la Alianza Revive el Río Colorado, está optando por cultivos menos sedientos y por recuperar la fertilidad del suelo con agricultura regenerativa.
Cuando la aridez recibe (aún) menos agua
Las lluvias en el delta del río son una rareza. En la mayoría de los estados mexicanos cae en un mes la misma lluvia que Baja California recibe en un año; el desierto toma la menor parte. El río Colorado es lo que permite la agricultura del valle de Mexicali. Ahí, la actividad bebe el 88% del agua disponible.
La historia se repite en toda la cuenca: la agricultura usa el 52% del agua del río para regar 2.2 millones de hectáreas, tres veces más que todos los usos humanos combinados. Los cultivos de alfalfa, para alimentar ganado, consumen la mitad de la cuenca.
La poca lluvia afecta a la cuenca, pero un estudio publicado en Science Advances a finales de 2024 reveló un cambio crucial en las sequías del oeste de Estados Unidos. Desde el año 2000, el aumento de la temperatura superficial por el calentamiento global y la alta demanda evaporativa contribuyen en mayor medida a la severidad y a la extensión de las sequías en la región.
Esto ocurre así: conforme las temperaturas aumentan, la atmósfera tiene más capacidad para retener vapor de agua, lo que incrementa la demanda evaporativa, que es como la sed de la atmósfera por la humedad de la tierra. Cuanto mayor es la demanda, más rápido se secan los suelos.
El futuro no promete. Los modelos climáticos predicen que, si persiste una economía basada en combustibles fósiles, las sequías severas pasarán de ser un evento que ocurre una vez cada 1,000 años, a uno que sucede una vez cada 60 años a mediados de este siglo.
La aridez del norte de México y la tendencia salina de sus suelos dificultan imaginar que, en 1915, esa región experimentó un auge algodonero. Es aún más sorprendente pensar que, en el ciclo agrícola actual, un cultivo perenne de alta huella hídrica ocupe 50,000 hectáreas. Le siguen 34,000 de trigo y 13,000 de algodón.
El agotamiento de la cuenca desafía las posibilidades de los productores en ambos lados de la frontera, pero con mayor agudeza en el lado mexicano.
En 2025, por quinta ocasión desde la firma del Tratado de Aguas de 1944, las asignaciones de agua disminuirán. Para México, serán 346 millones de metros cúbicos (Mm3) menos. El tratado binacional establece que, en teoría, el volumen para México es de 1,850 Mm3 al año; según esa cifra, este año recibirá un 19% menos.
La reducción es equivalente al agua de uso municipal de todas las ciudades de Baja California que dependen del río Colorado, siendo el distrito de Riego 14 el más afectado, con una reducción del 23%. Mientras tanto, a Nevada, Arizona y California les reducirán 1,275 Mm3.
El plan contempla guardar una parte del agua no repartida y que otra sea un ahorro para el futuro. Pero el 3% del agua almacenada en la presa Hoover se pierde por evaporación, como menciona un análisis de Samuel Sandoval, Leopoldo Mendoza y Astrid Hernández, publicado en Permanent Forum of Binational Waters.
Este informe recuerda que México puede acceder a su ahorro de agua al acabar 2026 o cuando el nivel de la presa Hoover suba a una cantidad segura, lo cual no ha ocurrido desde 2014.
La demanda de agua complica la ecuación, porque para estabilizar las reservas de toda la cuenca, algo que solo es posible extrayendo menos de lo que fluye por el río, es necesaria una reducción de entre 13% y 20% (cerca de 16,000 Mm3) en comparación al uso promedio que se la hado en el siglo XXI. Además, existe un reto adicional: una disminución del cauce de entre 1.2 a 3.7 Mm3 por año para 2050 a medida que el clima se calienta.
La delgadez del río Colorado se repartió desde 2021, pero la sequía del río Bravo -cuerpo también gestionado por el tratado de 1944- hoy es motivo de tensiones políticas. Por años, prepararse para condiciones de escasez ha sido el mensaje de la Comisión Internacional de Límites y Aguas entre México y Estados Unidos (CILA), organismo binacional encargado de la solución de conflictos que surja entre ambos países.
Pero este 10 de abril, el presidente Donald Trump avivó la tensión por el agua entre los países vecinos señalando que “México le debe a Texas 1.3 millones de acres-pies de agua según el Tratado de Aguas de 1944, pero lamentablemente México está violando su obligación bajo el Tratado.
Esto es muy injusto y perjudica gravemente a los agricultores del sur de Texas. El año pasado, el único ingenio azucarero de Texas cerró porque México les ha estado robando el agua a los agricultores texanos. Ted Cruz ha liderado la lucha para que el sur de Texas reciba el agua que se le debe, pero Sleepy Joe se negó a mover un dedo para ayudar a los agricultores.”
Y sigue: “¡Eso termina ahora! Me aseguraré de que México no viole nuestros Tratados ni dañe a nuestros agricultores texanos. El mes pasado, detuve los envíos de agua a Tijuana hasta que México cumpla con el Tratado de Aguas de 1944. Mi secretaria de Agricultura, Brooke Rollins, defiende a los agricultores texanos, y seguiremos intensificando las consecuencias, incluyendo aranceles y, quizás, incluso sanciones, hasta que México cumpla con el Tratado y le dé a Texas el agua que se le debe».
Horas después, en su cuenta de X, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum respondió “El día de ayer fue enviada al subsecretario del Departamento de Estado de Estados Unidos una propuesta integral para atender el envío de agua a Texas dentro del tratado de 1944, que incluye acciones de muy corto plazo. Han sido tres años de sequía y, en la medida de la disponibilidad de agua, México ha estado cumpliendo. La Comisión Internacional de Límites y Aguas ha continuado los trabajos para identificar opciones de solución favorables para ambos países».
“Las tensiones de carácter político vienen por la presión climática, cuando la escasez se está exacerbando. La forma de distender los conflictos en materia de agua es distender el estrés hídrico”, expresó Carlos de la Parra, presidente del Consejo Directivo de Restauremos el Colorado.
Agricultura: de problema a solución
De pie en su rancho, Meza, con el bigote cano y las manos en los bolsillos, es directo: “la idea es hacer más con menos. Hay que sembrar agua”. A sugerencia de su hijo, apostó por el sistema agrosilvopastoril como defensa contra la escasez.
El rancho Tata Lobo tiene 14 hectáreas; seis de ellas se trabajan con pastos perennes adaptados a la región, como el bermuda, que el ganado mayor puede pastear. En otra sección sembrarán avena, rye grass y cebada.
Ya salpicados por el terreno, crecen árboles y arbustos nativos como la gobernadora, la cachanilla y el mezquite, que, en verano, cuando se alcanzan los 50ºC, ofrecen sombra y ayudan al confort térmico del ganado.
También hay toloache, margaritas del desierto y amaranto. Meza espera que el lugar sea “sustentable, resiliente y ecoturístico”.
El riego está tecnificado. “Permite un ahorro con sensores de humedad que indican cuándo y cuánto hay que regar”, explica a WIRED en Español.
En la hectárea donde crían gallinas, riegan de forma subterránea, mientras que el pasto es por aspersión. Un proyecto de reconversión de cultivos en el valle, a cargo de The Nature Conservancy, logró ahorrar 50% de agua, equivalente a 15 albercas olímpicas.
Pensar en la gestión del agua implica un mejor manejo de los suelos. En el rancho Tata Lobo todo se sembró con cero labranza, técnica que incrementa la materia orgánica, reduce la erosión y mejora la retención de agua.
Mónica Avilés, experta en edafología, la ciencia de los suelos, comenta que en la región hay una doble degradación, una natural y otra por la actividad agrícola. La investigadora del Instituto de Ciencias Agrícolas, de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC), precisa que los suelos de Mexicali enfrentan desafíos como la salinización y la baja materia orgánica.
“Tienen su origen en sedimentos arrastrados por el río Colorado. Aquí es un libro abierto”, dice mientras el viento levanta el polvo.
La zona conocida como la ‘Ruta de la Sal’, define Avilés, tiene un origen geológico. “Se depositaron arcillas y minerales que hacen que los suelos sean salinos”, y su condición también se debe a su clima árido: la poca lluvia y la alta evaporación favorecen la formación de una costra de sal.
El problema se agrava cuando el drenaje del suelo es deficiente. Un suelo se considera salino cuando su conductividad eléctrica es de 4 deciSiemens por metro, un umbral que indica una concentración de sal capaz de afectar el crecimiento de muchas plantas, pero en esta zona, «los suelos alcanzan los 80 deciSiemens sobre metro”.
En 1961, la salinidad fue un conflicto binacional porque Estados Unidos desvió agua salina al río Colorado, dañando los cultivos de Mexicali.
El descanso de estas tierras no garantiza su recuperación, ya que la degradación puede avanzar debido al lento drenaje, en especial cuando no hay cobertura vegetal. Sin vegetación, se pierde la humedad, y las altas temperaturas favorecen la evaporación, empeorando la situación.
En los suelos arcillosos, esa pérdida de humedad provoca su contracción y agrietamiento (a vuelo de dron, parece la piel del monstruo de Gila que vive en el desierto vecino).
Si a eso se suma el sodio de la sal rompiendo la estructura del suelo, el resultado es una doble compactación. “Algunos cultivos han sido extractivos de nutrientes y no se ha repuesto esa reserva, ocasionado una degradación química que disminuye la fertilidad”, indica la científica de la UABC.
Por años se ha buscado reponer la fertilidad a través de químicos, pero su uso excesivo altera el ecosistema y crea una dependencia. La agricultura regenerativa aborda la compactación física y química, la baja fertilidad y el drenaje deficiente de los suelos arcillosos, así como el rápido drenaje de los suelos arenosos donde se pierde el agua.
Carlos de la Parra, de la organización Restauremos el Colorado, señala que, además de recuperar los ciclos de agua y producir de manera sostenible, se trata de transformar la actividad agrícola en “un pilar de resiliencia climática, seguridad alimentaria y despertar económico para el campo”.
Después de ser abuelo, Alberto Meza piensa mucho en el futuro. “Lo que comemos viene de la tierra; si está contaminada, nuestro cuerpo se está contaminando. Una vez que logremos que esto avance, va a haber gente más saludable”, dice.
“En el futuro van a continuar los recortes de agua. En la cuenca, todos los usuarios, incluido la agricultura y el medio ambiente, los están sufriendo. El peor de los escenarios es que no tenga cabida la discusión para encontrar acuerdos. El mejor de los escenarios es aprovechar esta crisis para encontrar alternativas conjuntas, soluciones sustentables de cómo gestionar y cuidar el agua. Quisiera que al medio ambiente se le reconozcan más sus derechos, que haya más asignaciones de agua para el medio ambiente, pero tiene que partir de una discusión en la que todos los usuarios participen”, señala Edgar Carrera.
“La restauración es un trabajo inacabado. Tiene que ser a perpetuidad, todavía no veo la consolidación en términos de entendimiento, educación, involucramiento comunitario, educación, gobernanza y la cuestión financiera. Es esencial para la supervivencia de las próximas generaciones. Vamos bien, pero es un trabajo inacabado y hay que seguir”, apunta De la Parra.
Con información de WIRED
Foto: Pablo Romero
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