En los confines helados de la Antártida, un hallazgo sin precedentes ha surgido de las entrañas del hielo: una burbuja de aire atrapada durante cinco millones de años, publicó la revista National Geographic.
Esta reliquia atmosférica, minúscula y frágil contiene dentro de sí una muestra del clima de un mundo anterior, de una Tierra muy distinta a la que habitamos hoy.
Para los científicos del clima, es como hallar un mosquito en ámbar: un fragmento del pasado perfectamente conservado que puede hablarnos del porvenir.
La burbuja fue extraída del fondo de un glaciar, justo donde el hielo se posa sobre la roca madre, el estrato más profundo y antiguo accesible sin excavar el lecho mismo del continente.
La muestra proviene de un núcleo de hielo de más de 200 metros de longitud, perforado en la remota cumbre del monte Hunter, en Alaska.
Sin embargo, lo que la hace única es su composición: aire, polvo, sal marina, cenizas volcánicas y hollín fósil, todos encapsulados en hielo grisáceo y pétreo. Un archivo viviente que guarda los suspiros de un planeta pretérito. Desbloqueando los secretos del pasado para conocer el futuro.
Lo más significativo es el potencial de estas muestras para reescribir lo que sabemos sobre el colapso de la capa de hielo de la Antártida Occidental.
Si, como sospechan algunos expertos, esta masa colosal de hielo desapareció la última vez que el planeta alcanzó temperaturas similares a las que se pronostican para dentro de dos siglos, podríamos enfrentarnos a una subida del nivel del mar lo bastante grave como para redibujar los mapas costeros del mundo.
Para desbloquear los secretos de estos “fósiles de aire”, los científicos deben trabajar con una precisión casi quirúrgica. Las burbujas se liberan en cámaras de vacío para evitar la contaminación del aire moderno, y luego se analizan con espectrómetros de masas, microscopios electrónicos y cromatógrafos de gases.
Cada capa del hielo equivale a un tiempo concreto en la historia climática del planeta, como los anillos de los árboles o las páginas de un diario enterrado en el permafrost.
Proceso de extracción
Dentro de estos cilindros congelados se hallan proporciones de isótopos de oxígeno que permiten reconstruir temperaturas pasadas.
La relación entre el oxígeno-16 y el oxígeno-18, por ejemplo, indica cuán frío era el planeta cuando esa capa de hielo se formó.
Gracias a esto, los científicos descubrieron que las concentraciones de dióxido de carbono y la temperatura global han estado estrechamente vinculadas durante al menos un millón de años.
La investigación en curso busca extraer un nuevo núcleo de hielo desde el otro lado de las Montañas Transantárticas.
Este sitio -hoy en el corazón helado del continente- podría haber estado una vez a orillas del océano, si realmente el hielo occidental se desintegró hace 125.000 años.
En tal caso, su composición química debería reflejar sal marina y temperaturas más cálidas, como si hubiera estado a tan solo kilómetros del mar. Antes de que estos núcleos puedan hablar, deben ser extraídos.
Esto implica acampar durante semanas en las regiones más inhóspitas del planeta, en lugares donde un error puede costar una vida. En una expedición a Groenlandia, el equipo de Erich Osterberg se enfrentó a una tormenta de fuerza huracanada justo cuando las temperaturas crecientes habían obligado a los osos polares a abandonar el hielo y desplazarse tierra adentro.
Tuvieron que elegir entre refugiarse en el valle, con los osos, o resistir la tormenta en lo alto. Eligieron la tormenta y perdieron la mayoría de sus tiendas, aunque sobrevivieron.
El desafío no termina con la extracción
Transportar estos núcleos sin que se degraden implica una logística meticulosa: traslado en avión refrigerado, vigilancia aduanera en pistas de aeropuerto y camiones de escolta para evitar cualquier falla técnica.
Cada metro de hielo es irremplazable, más valioso que cualquier póliza de seguros. Como lo expresa Osterberg: “No hay un valor asegurado posible: son incalculables”.
Y es que, como lo resume la NOAA, cada burbuja, cada grano de sal o ceniza en estos núcleos representa un eco del pasado, una voz antigua que todavía resuena. Esos vestigios cuentan la historia de cómo la lo resume la NOAA, cada burbuja, cada grano de sal o ceniza en estos núcleos representa un eco del pasado, una voz antigua que todavía resuena.
Esos vestigios cuentan la historia de cómo la atmósfera y el clima de nuestro mundo han ido mutando, con la paciencia geológica del tiempo. Hasta hace poco, el hielo más antiguo del que disponíamos tenía apenas 800.000 años.
Hoy, al asomarnos al umbral de los cinco millones, se abre ante nosotros una nueva era en la paleoclimatología. Un vistazo a un pasado tan remoto podría ser la llave que nos permita anticipar lo que vendrá, y quizás prepararnos para un futuro en el que las huellas del presente también queden atrapadas… en el hielo del mañana.
Con información de National Geographic
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