Un informe reciente del Centro de Investigación Conjunta de la Comisión Europea identificó a 12 naciones que enfrentan el nivel más alto de vulnerabilidad hídrica en el mundo.
La investigación utiliza una escala de riesgo de 0 a 10 y revela que África y Asia concentran los escenarios en riesgo extremo, donde las sequías podrían desatar crisis humanitarias, inseguridad alimentaria y graves impactos económicos.
Los datos se suman a las advertencias de organismos internacionales. Desde el año 2000, la frecuencia y duración de las sequías aumentaron un 29%, reflejando un fenómeno cada vez más recurrente que ya no se limita a regiones áridas, sino que amenaza a ecosistemas y comunidades en todos los continentes.
Más allá del impacto ambiental, las sequías representan un enorme desafío para la economía global. El Banco Mundial proyecta que la escasez de agua podría reducir hasta en un 6% el PIB de algunas regiones hacia 2050, impulsando migraciones masivas y posibles conflictos por el acceso a los recursos naturales.
El continente africano es el más golpeado por esta vulnerabilidad. Mauritania, Malí, Níger, Somalia, Zimbabue, Namibia y Sudáfrica figuran entre los países en estado crítico, donde la reducción de lluvias y la degradación de suelos amenazan directamente a la agricultura de subsistencia y a millones de familias que dependen de ella.
En Medio Oriente y Asia, el panorama no es menos preocupante. Siria, Irak, Afganistán y Tayikistán enfrentan condiciones extremas debido a la combinación de fenómenos climáticos, sobreexplotación de los recursos hídricos e inestabilidad geopolítica.
Estos factores se refuerzan entre sí, debilitando la resiliencia de los ecosistemas y de las sociedades que dependen de ellos.
En América del Sur, el mapa global ubica a Bolivia como la nación más expuesta, con riesgo máximo hacia 2050. Aunque otros países de la región presentan altos niveles de vulnerabilidad, es Bolivia la que concentra una situación crítica por la reducción de glaciares andinos y la creciente presión sobre sus fuentes de agua dulce.
El panorama descrito advierte que la sequía no es solo un fenómeno natural, sino un problema multidimensional que se intensifica por la acción humana y la falta de medidas de gestión sostenible.
Su impacto alcanza desde la pérdida de biodiversidad hasta la reducción de la seguridad alimentaria y la posibilidad de tensiones sociales y políticas.
El desarrollo de una sequía está condicionado por múltiples factores ambientales y climáticos que actúan de forma conjunta. Uno de los más determinantes es la falta prolongada de precipitaciones, un fenómeno natural que se agrava con el cambio climático y que altera los patrones tradicionales de lluvia en distintas regiones del planeta.
La evaporación excesiva también es un elemento clave. En zonas con altas temperaturas, el agua se evapora más rápido de ríos, lagos y suelos, reduciendo las reservas hídricas disponibles.
Este proceso afecta especialmente a los ecosistemas agrícolas, donde los cultivos dependen de la humedad del suelo para su desarrollo.
Otro factor decisivo es la degradación de los ecosistemas por actividades humanas como la deforestación, el sobrepastoreo y la sobreexplotación de acuíferos.
Estos procesos reducen la capacidad de los suelos para retener agua y favorecen la desertificación. A ello se suma la variabilidad climática extrema, con olas de calor cada vez más intensas, que agravan la sequedad del ambiente y limitan la recuperación de los territorios afectados.
El mapa de riesgo elaborado por la Comisión Europea evidencia que la sequía será uno de los grandes desafíos del siglo XXI. Si no se aplican medidas urgentes de gestión sostenible, el problema se profundizará en los próximos años, afectando tanto a países vulnerables como a economías desarrolladas.
Invertir en infraestructuras hídricas resilientes, restaurar ecosistemas degradados y promover un uso eficiente del agua son pasos necesarios para enfrentar la crisis. La cooperación internacional también será clave, ya que el agua es un recurso compartido que no reconoce fronteras.
En un escenario donde la presión climática se intensifica, la sequía deja de ser un fenómeno silencioso y se convierte en una amenaza directa para la vida, los ecosistemas y la estabilidad de las naciones. Su gestión determinará en gran medida la sostenibilidad del planeta en las próximas décadas.
Con información de Noticias Ambientales
Foto: EFE
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