Uruguay y la lección incómoda para salvar al planeta

Uruguay y la lección incómoda para salvar al planeta
Uruguay y la lección incómoda para salvar al planeta

Mathis Wackernagel suele describir el presente con una honestidad incómoda. Para él, el cambio climático es solo un síntoma. El problema real es la sobreexplotación sistemática de la naturaleza. Lo explica con una claridad que desmonta discursos vacíos: usamos demasiados recursos para el tamaño del planeta. Y lo hacemos sin considerar el límite físico que sostiene nuestra vida.

Wackernagel creó el concepto de huella ecológica en los años 90. Desde entonces, ha repetido la misma advertencia: la humanidad vive por encima de su biocapacidad. Sin embargo, lo sorprendente es que muchos gobiernos siguen actuando como si este límite no existiera.

Según el director de Global Footprint Network, casi todos los males ambientales tienen una raíz común. La acumulación de gases de efecto invernadero, la pérdida de bosques o el colapso de la biodiversidad derivan de un mismo proceso: consumimos más de lo que la Tierra puede regenerar.

Además, recuerda que el recurso central no son los minerales ni los metales estratégicos. Es la capacidad regenerativa de la naturaleza. Sin ella no hay comida, no hay agua, no hay materiales. En resumen: sin ella nada funciona.

Una deuda que crece cada año

Cada año se calcula el Día del Sobregiro de la Tierra. Es la fecha en que la humanidad agota el presupuesto ecológico del año. En 2025 ocurrió el 24 de julio. A partir de ese día vivimos de crédito ambiental. Comemos, talamos y quemamos como si existieran 1,8 planetas. Pero solo hay uno.

Ese exceso tiene efectos profundos. Genera menos bosques, menos agua en los acuíferos y más CO₂ en la atmósfera. Además, adelanta el colapso. Wackernagel lo resume así: la estafa piramidal más grande del mundo es la economía global. Funciona usando los recursos del futuro para sostener el presente. Es una pirámide que no puede seguir creciendo.

Frente a esta realidad, surge una pregunta inevitable: ¿existe una salida? La respuesta, para sorpresa de muchos, es sí. Y esa salida hoy tiene nombre: Uruguay.

Uruguay, el inesperado referente mundial

Si la población mundial viviera como la uruguaya, el planeta entraría en sobregiro el 17 de diciembre. Sería casi un año completo de equilibrio ecológico. El dato no es menor. Muestra que la crisis global no es inevitable. Demuestra que otro ritmo es posible.

Ahora bien, este logro no ocurre por azar. Uruguay no renunció al desarrollo ni apostó por la austeridad. Lo que hizo fue rediseñar su matriz eléctrica con una claridad estratégica que casi ningún país ha tenido.

En 2008, el país enfrentaba una tormenta perfecta. Las sequías afectaban la energía hidráulica. El petróleo era cada vez más caro. Y las necesidades crecían. Pudo haber elegido la inercia. Decidió, en cambio, una transformación radical.

Ramón Méndez Galain lideró el proceso. Su explicación es sencilla: era necesario. Pero el resultado fue extraordinario. Uruguay logró un acuerdo multipartidario para transformar su matriz energética en 25 años. Lo más notable es que este pacto sobrevivió cinco gobiernos. En América Latina, esto es casi un milagro político.

El país reescribió sus reglas energéticas. Además, revisó todo el marco regulatorio para dar espacio real a las renovables. Y casi todas las inversiones —unos 6.000 millones de dólares— vinieron del sector privado bajo normas claras. La empresa estatal UTE garantizó compras a 20 años, lo que permitió un mercado estable.

El sistema resultante combina hidráulica, eólica, biomasa y solar. Así, la electricidad del país es renovable en un 99,1%. Ese número lo explica todo.

Cuando la política pública hace la diferencia

Los resultados muestran la fuerza de una transición bien diseñada. Los costos de generación eléctrica se redujeron a la mitad. Las tarifas para los usuarios bajaron un 20%. Además, el país genera 50.000 empleos vinculados a la nueva matriz energética.

Uruguay también exporta electricidad. De hecho, UTE es hoy la principal empresa exportadora de bienes del país. Y el sistema se volvió inmune a crisis globales como la guerra en Ucrania.

Sin embargo, Wackernagel aclara que Uruguay no es perfecto. Su transporte sigue dependiendo de combustibles fósiles. Pero insiste en algo crucial: si todas las personas vivieran como los uruguayos, la presión sobre la Tierra sería mucho menor. Sería un mundo más estable.

La lección que nadie quiere escuchar

El análisis de Wackernagel revela un cambio profundo. El límite del futuro no será el petróleo ni el gas. Será la biocapacidad. Y en ese escenario América del Sur tiene una ventaja que aún no valora. La región es rica en recursos regenerativos. Pero esos recursos siguen subvalorados en el mercado global.

Para el experto, no debemos esperar soluciones mágicas de grandes acuerdos internacionales. Las respuestas llegan desde lo local. Llegan desde países que se preparan para un mundo nuevo, donde cada hectárea productiva definirá la prosperidad o la vulnerabilidad de una nación.

Y su conclusión define todo: “El futuro será regenerativo, o no será”.

Uruguay como señal, no como excepción

Uruguay no es un milagro. Es una prueba. Muestra que la transición no es un acto de fe. Es ingeniería, política pública y visión a largo plazo. Es también una advertencia. La estafa piramidal que sostiene la economía global puede detenerse. Pero solo si cambiamos antes de que la pirámide colapse.

En un planeta que consume 1,8 veces más de lo que puede regenerar, Uruguay ofrece una alternativa. No es perfecta. Pero es real. Y en este momento, lo real es lo más valioso que tenemos.

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