China pasó de ser el gran emisor que evitaba compromisos firmes a convertirse en el actor más influyente de la diplomacia climática global. Ese giro no surgió de la nada. Se apoya en su dominio tecnológico, en una estrategia geopolítica de largo plazo y en un vacío creciente dejado por Estados Unidos y, en menor medida, por Europa. Sin embargo, la nueva narrativa verde china convive con fuertes contradicciones. La principal es evidente: el país es el mayor emisor del mundo y mantiene una profunda dependencia del carbón.
Aun así, la apuesta china por las energías renovables ha cambiado el tablero global. El país instaló en 2024 una capacidad equivalente a toda la red eléctrica de Alemania y ya controla el 44% de la capacidad solar y eólica del planeta. El liderazgo tecnológico le da poder económico, pero también influencia política en un mundo que busca soluciones rápidas ante la crisis climática.
Un ascenso climático impulsado por diplomacia y tecnología
China lleva más de una década ampliando su presencia en las negociaciones climáticas. Aunque el anuncio de Xi Jinping del 24 de septiembre sobre la reducción de emisiones sorprendió, formaba parte de un proceso más largo. Pekín usa acuerdos bilaterales, alianzas regionales y pronunciamientos estratégicos para fortalecer su presencia internacional. Además, reforzó ese despliegue diplomático con su papel como exportador dominante de tecnologías verdes.
La estrategia se sintetiza en cinco claves: domina la producción tecnológica verde, impulsa una diplomacia climática activa, contrasta con el retroceso estadounidense bajo Donald Trump, sigue siendo el mayor emisor global y necesita acelerar su descarbonización para evitar una crisis catastrófica.
Desde la COP de Copenhague en 2009, Pekín asumió que su ascenso geopolítico era incompatible con una postura pasiva. En París 2015, Xi acudió por primera vez como líder chino a una COP y presentó un plan para alcanzar el pico de emisiones en 2030. Después, reforzó la narrativa de “civilización ecológica”, que ya forma parte de la Constitución. El compromiso de neutralidad en 2060 consolidó la imagen de una China dispuesta a liderar.
Editorialmente, este giro muestra la capacidad del Estado chino para fijar prioridades estratégicas de largo plazo. Sin embargo, también revela su habilidad para usar el clima como palanca de poder blando, incluso cuando persisten prácticas altamente contaminantes.
Diplomacia climática como herramienta de poder global
China utiliza la diplomacia climática como instrumento de influencia. Por un lado, impulsa alianzas regionales como BRICS, la OCS y el bloque BASIC. Estas plataformas construyen un espacio donde China coopera con India y Brasil para disputar el liderazgo climático global y ocupar el lugar que deja Washington.
Además, China firmó 53 memorandos de entendimiento sobre cambio climático con 42 países en desarrollo y ejecutó cerca de cien proyectos de mitigación y adaptación. Las inversiones de la Nueva Ruta de la Seda refuerzan este liderazgo, pues las tecnologías verdes chinas se exportan junto con infraestructura estratégica.
Desde una mirada editorial, esta diplomacia no es altruista. China convierte la transición verde en una herramienta geopolítica. Ofrece tecnología, financiamiento y proyectos que fortalecen su presencia global en regiones clave como África, ASEAN y América Latina. A cambio, gana mercados, influencia política y una narrativa favorable.
El dominio tecnológico que sostiene su narrativa verde
El liderazgo industrial chino explica gran parte de su poder. En 2024 instaló más energía renovable que todo el resto del mundo. Produce el 80% de los paneles solares y el 70% de los autos eléctricos. Sus costos son muy bajos: instaló 277 GW solares a 0,033 dólares/kWh, frente a los 41 GW de Estados Unidos, que cuestan el doble.
Ese éxito se debe a un modelo que combina planificación estatal y competencia de mercado. Editorialmente, esto evidencia algo clave: la transición energética profunda es más viable cuando existe planificación a largo plazo. Los países occidentales, atrapados en ciclos políticos cortos, avanzan con mayor lentitud.
La brecha con Estados Unidos es abismal. Trump desmantela regulaciones, bloquea políticas ambientales y promueve la expansión fósil. Incluso presiona a Europa para comprar su excedente de gas y petróleo. China, en cambio, levanta parques solares gigantescos y exporta la tecnología que acelera la transición global.
Las grandes contradicciones del liderazgo chino
A pesar de su narrativa verde, China enfrenta contradicciones severas. Es el mayor emisor del mundo y su dependencia del carbón supera el 50%. También financia proyectos fósiles en el extranjero, a pesar de haber prometido lo contrario en 2021. Parte de la infraestructura de la Nueva Ruta de la Seda genera impactos ambientales graves y sostiene modelos extractivos basados en combustibles fósiles.
Además, la importación masiva de tecnología china dificulta que los países del Sur Global desarrollen su propia industria. Editorialmente, esto reproduce dinámicas desiguales que perpetúan la dependencia tecnológica.
Otra tensión surge por su negativa a aportar al Fondo para Pérdidas y Daños. Varios países caribeños piden que China, como gran emisor, contribuya. Ese reclamo cuestiona la narrativa china de solidaridad climática.
Un liderazgo en disputa y un futuro incierto
En la COP30 de Brasil, China envió la segunda delegación más grande y prometió acelerar la reducción de emisiones. Aunque sus emisiones se estabilizaron por primera vez en año y medio, el país sigue lejos de lo necesario para evitar un calentamiento superior a 2,5 °C.
Editorialmente, el desafío es claro: China lidera la diplomacia climática y la tecnología verde, pero no lidera la reducción de emisiones. Sin una transición profunda que reduzca el consumo energético y abandone el carbón, su estrategia quedará corta frente a la gravedad de la crisis.
China avanza rápido, pero aún no lo suficiente. Y el mundo no puede esperar.
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