A estas alturas ya deberíamos saber que la minería de aguas profundas es lo suficientemente dañina para el medio ambiente como para seguir insistiendo en practicarla, y por lo tanto deberían de existir suficientes medidas internacionales para poder evitar que los países la incorporen. De alguna manera, para evitar justamente lo que está sucediendo ahora con Estados Unidos y su flagrante indiferencia hacia la crisis ambiental.
El presidente Trump ha ordenado al gobierno estadounidense que dé un paso importante hacia la explotación minera de enormes extensiones del fondo oceánico, una medida a la que se oponen casi todas las demás naciones, que consideran que las aguas internacionales están fuera del alcance de este tipo de actividad industrial.
La orden ejecutiva, firmada el jueves, intentaría escapar de un tratado de décadas de antigüedad que todas las principales naciones costeras, excepto Estados Unidos, han ratificado. Es el ejemplo más reciente de la disposición de la administración Trump para ignorar las instituciones internacionales y hacer enojar tanto a aliados como a enemigos.
Partes del fondo marino están cubiertas por nódulos aproximadamente del tamaño de una papa que contienen minerales valiosos como níquel, cobalto y manganeso, esenciales para tecnologías avanzadas como baterías de aparatos eléctricos incluyendo coches, pero cuyas cadenas de suministro están cada vez más controladas por China. De manera que esta peligrosa actividad cobró mayor importancia en el marco de la guerra comercial desencadenada por Estados Unidos.
Nunca se ha llevado a cabo una minería de fondo marino a escala comercial. Los obstáculos tecnológicos son elevados y ha existido una gran preocupación por las consecuencias ambientales.
Las profundidades marinas se consideran el bioma menos explorado de la Tierra. Las condiciones en ellas combinan bajas temperaturas, oscuridad y alta presión. Estas condiciones extremas dificultan el acceso y la exploración del entorno, por lo que se conoce muy poco sobre los ecosistemas de aguas profundas. La zona ecológica más baja de una masa de agua se denomina zona bentónica, que también abarca los sedimentos del fondo marino. La biodiversidad bentónica desempeña un importante papel regulador en el funcionamiento de los ecosistemas marinos, incluyendo el transporte de energía, solutos y materiales dentro de los sedimentos.
Varios investigadores han revelado una asombrosa diversidad de vida microscópica que prospera en la zona bentónica. Tomaron una muestra del fondo oceánico en cientos de puntos del mundo y analizaron los sedimentos recolectados en cada punto en busca de ADN ambiental, y concluyeron que casi dos tercios de la diversidad bentónica no pueden asignarse a ningún grupo biológico conocido. Otra enorme muestra de lo poco que conocemos estos ecosistemas que estamos tan listos para detonar.
Otros investigadores han demostrado que los campos de nódulos polimetálicos son puntos calientes de abundancia y diversidad. Gran parte de la fauna altamente vulnerable vive adherida a los nódulos o en el sedimento inmediatamente inferior. La mayoría de las especies aún están por descubrir, pero los científicos creen que hasta 10 millones de especies podrían habitar las profundidades marinas. Un estudio reciente concluyó que más del 90% de las especies observadas en la Zona Clarion Clipperton, una de las primeras áreas potenciales abiertas a la minería comercial de aguas profundas, actualmente no han sido descritas por la ciencia, evidenciando una vez más nuestro desconocimiento
Como resultado, en la década de 1990, la mayoría de las naciones acordaron unirse a una Autoridad Internacional de los Fondos Marinos independiente que regularía la minería de los fondos marinos en aguas internacionales. Dado que Estados Unidos no firmó dicho acuerdo, la administración Trump se basa en una oscura ley de 1980 que faculta al gobierno federal para emitir permisos de minería de lecho marino en aguas internacionales.
Muchas naciones anhelan que la minería de aguas profundas se haga realidad. Sin embargo hasta ahora, el consenso predominante ha sido que la avaricia no debe prevalecer sobre el riesgo de que la minería dañe la industria pesquera y las cadenas alimentarias oceánicas, o afecte el papel esencial del océano en la absorción de dióxido de carbono de la atmósfera, causante del calentamiento global.
La orden ejecutiva podría dejar libre el camino para que Metals Company, una destacada empresa minera de fondos marinos, reciba un permiso expedito de la NOAA para explotar activamente la minería por primera vez. La empresa, que cotiza en bolsa y tiene su sede en Vancouver, reveló en marzo que solicitaría a la administración Trump, a través de una filial estadounidense, la aprobación para explotar la minería en aguas internacionales. La empresa ya ha invertido más de 500 millones de dólares en trabajos exploratorios.
Los depósitos de estos metales y minerales, como el manganeso, el níquel y el cobalto, se han acumulado en el fondo marino durante millones de años, y las empresas mineras los buscan, alegando que son necesarios para satisfacer las necesidades de la cadena de suministro de los fabricantes de vehículos eléctricos e infraestructuras de energía limpia. Sin embargo, informes y expertos siguen destacando que los minerales de aguas profundas no son necesarios para la transición ecológica.
La minería de aguas profundas aún se encuentra en fase experimental, y sus impactos en los ecosistemas de aguas profundas y el clima siguen siendo en gran medida desconocidos.
Sin embargo, la información existente ha llevado a los científicos a advertir que la pérdida de biodiversidad será inevitable, y muy probablemente irreversible. No siempre es necesario cometer un error garrafal para darnos cuenta que, efectivamente, será un error garrafal. Con la información que tenemos es más que suficiente para saber que ningún país, sin importar quién esté a cargo o los recursos que tenga, debería de poder practicar una actividad tan amenazante para el medio ambiente.
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