Lo que empezó como una búsqueda de minerales terminó revelando uno de los hallazgos más sorprendentes en décadas: agua dulce escondida bajo el lecho marino del noreste de Estados Unidos. Una veta gigantesca, suficiente para abastecer a millones de personas durante siglos, que abre interrogantes sobre su origen, su posible uso y los dilemas que traerá consigo.
De una perforación olvidada a una misión internacional
Hace casi cincuenta años, un barco estadounidense que investigaba el subsuelo marino en busca de hidrocarburos frente a Cape Cod extrajo algo inesperado: agua dulce atrapada bajo el océano. El hallazgo quedó como una curiosidad científica, hasta que este verano una misión global decidió volver sobre sus pasos.
La Expedición 501, con 25 millones de dólares de presupuesto y la participación de una docena de países, perforó en tres puntos clave y extrajo miles de litros de agua. Los primeros análisis mostraron una salinidad de apenas 4 partes por mil, muy lejos de las 35 típicas del océano. Una señal inequívoca de que allí abajo se esconde un acuífero colosal.
Una reserva con origen incierto
El acuífero parece extenderse desde Nueva Jersey hasta Maine y podría abastecer a una ciudad del tamaño de Nueva York durante 800 años. Sin embargo, su origen todavía es un misterio. Algunos científicos creen que se trata de agua de glaciares atrapada hace miles de años cuando el hielo retrocedió; otros apuntan a sistemas de aguas subterráneas aún conectados con tierra firme.
Los próximos meses serán clave: los laboratorios analizarán casi 50.000 litros recogidos para determinar la edad del agua, su composición química y hasta qué punto podría ser apta para el consumo humano o para otros usos estratégicos.
El dilema de aprovecharla
El hallazgo llega en un contexto crítico: la ONU advierte que en apenas cinco años la demanda de agua dulce superará la oferta en un 40 %. La crisis hídrica golpea a ciudades de todo el mundo, desde Ciudad del Cabo hasta Yakarta, y la idea de reservas ocultas bajo el mar genera tanto esperanza como incertidumbre.
Porque extraer esa agua no será sencillo. Implica costes enormes, riesgos ambientales y un debate inevitable: ¿a quién pertenece un recurso enterrado bajo aguas internacionales? La Expedición 501 ha abierto una puerta, pero lo que hay detrás es una incógnita que pondrá a prueba a la ciencia, la política y la sociedad en pleno siglo XXI.
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