Fast fashion y su impacto en el planeta

Mucho hemos escuchado hablar sobre el fast fashion y sus impactos en el medio ambiente pero ¿realmente sabemos qué hay detrás de esta tendencia, su lógica y sus materiales?

El mes de enero suele ser sinónimo de rebajas en los centros comerciales: todas aquellas prendas que vimos en un aparador y que parecían únicas, ahora están amontonadas junto con decenas de otras prendas por un precio más bajo. Sin embargo, nada cambió. Las prendas son las mismas y el clima también. ¿Entonces por qué de un día para el otro nace la urgencia de las tiendas por deshacerse de las prendas que más parecían querer exhibir?

Lo “fast” en fast fashion

Cuando decimos fast fashion nos referimos a los grandes volúmenes de ropa producidos por la industria de la moda, motivado por las tendencias y por generar una necesidad de constante innovación. Esto contribuye a producir millones de prendas nuevas a una velocidad acelerada y así persuadir a los consumidores de comprar en grandes cantidades durante todo el año para mantenerse al día con las tendencias. 

Si bien las modas siempre han existido, las marcas de ropa de fast fashion han llevado la producción y el sentido de urgencia por la adquisición a un nuevo nivel. Esto se debe a que la cadena de producción ha crecido exponencialmente (incluso considerando que en la década pasada ya había llegado a los 100 mil millones). 

Esto, además de los materiales de baja calidad como el poliéster, y el uso de mano de obra barata son lo que permite mantener los precios bajos y favorecer la compra en grandes cantidades. Sin mencionar que los almacenes y fábricas de estas marcas suelen tener algunas de las peores condiciones de trabajo para sus empleados además de sueldos muy bajos. Estos almacenes suelen estar en países con regulaciones laborales precarias, la mayoría de ellos en el sur de Asia.

Algunas de las tiendas de fast fashion más populares son Fashion Nova, Shein, Boohoo, H&M, Zaful, Grupo Inditex (todas sus tiendas como Zara, Mango, Bershka y Stradivarius), Forever 21, Uniqlo, Primark, entre otros.

El terror del poliéster

Quizá una de las peores partes (si no es que la peor) es lo poco informados que estamos sobre los componentes que son nocivos tanto para nosotros como para el medio ambiente. Leer la etiqueta de una prenda de ropa es algo similar a leer los ingredientes de algún alimento: si no tenemos idea de qué es cada cosa y cómo su porcentaje o concentración puede cambiar al producto entonces es casi lo mismo que si no leyéramos nada.

El poliéster es uno de los materiales más encontrados en las prendas de fast fashion porque es uno de los más baratos y permite mantener los costos bajos. También es de los de peor calidad: no es muy resistente, no permite que la piel respire adecuadamente y su tiempo de vida (aunado con el uso y las posibles lavadas) es reducido. 

El plástico se fabrica a partir de petróleo y gas. El poliéster es un hilo hecho de plástico, tejido en tela. Se cree que más de la mitad de la ropa que se produce hoy en día utiliza materiales sintéticos como el poliéster. Estos materiales a menudo no se descomponen o no se pueden reciclar, lo que crea un enorme problema de residuos plásticos.

En las tendencias y acuerdos recientes ha habido un movimiento importante para reducir el uso de combustibles fósiles y optar por energías limpias. Sin embargo, la industria del fast fashion tiene una gigantesca demanda de poliéster, lo que los hace uno de los principales clientes de las petroleras.

Daños al medio ambiente

 El problema de que el fast fashion use el poliéster como su principal componente es que al ser esencialmente plástico, tarda años en descomponerse. Al mismo tiempo es difícil de separar de otras fibras sintéticas. Cuando se descompone en los vertederos, contamina el aire, el suelo y el agua con microfibras plásticas y productos químicos peligrosos.

Cada año, medio millón de toneladas de microfibras plásticas que se desprenden del lavado de textiles a base de plástico, como poliéster, nailon o acrílico, terminan en el océano. Eso es el equivalente a 50 mil millones de botellas de plástico.

Los microplásticos están en todas partes: se desprenden de nuestras prendas hacia el aire que respiramos y salen de nuestras lavadoras hacia los océanos. Esta es una de las principales razones por las que los océanos muestran índices sin precedentes de la presencia de microplásticos. 

De acuerdo a la ONG Earth.org, cada año se producen 92 millones de toneladas de residuos textiles. También se estima que las emisiones globales de la industria de la confección aumentarán un 50% para 2030. De acuerdo a estos datos, la industria del fast fashion va por un camino letal para el planeta, uno que no puede continuar si esperamos llegar a las metas de no superar el subir la temperatura del planeta por encima de los 1.5 grados centígrados.

Vertederos y esfuerzos por reciclar

Al mismo tiempo, debido a la enorme cantidad de ropa que se desecha cada año (se ha dicho que alrededor del 40% de la producción se desecha pero se cree que esta cifra es muy inferior a la realidad) suele terminar en enormes vertederos o basureros. En muchos lugares se hacen esfuerzos considerables por darle una segunda vida a las prendas, pero el gran volumen –y las prendas mal construidas que no están hechos para durar– significan que gran parte es imposible de usar y reciclar.

Muchos de estos vertederos se encuentran en África, donde muchos de estos bultos terminan en las costas de las playas después de los esfuerzos en vano para reciclarse (fomentando así la presencia de microplásticos en el océano). También suelen tener que recurrir a quemar los bultos de ropa para deshacerse de ella. 

Sin embargo, esto también es sumamente nocivo pues, al componerse mayormente de plástico (poliéster), quemarla puede ser extremadamente nocivo para la salud. Existen datos que indican que el humo negro y los vapores nocivos exponían a los trabajadores en condiciones de servidumbre a sustancias químicas tóxicas, lo que provocaba tos, resfriados, gripe, hemorragias nasales e inflamación pulmonar.

Uno de los más grandes vertederos del mundo se encuentra también en el desierto de Atacama, en el norte de Chile. Aquí se reciben millones de toneladas de ropa provenientes de Estados Unidos, Canadá, Europa y Asia. La mayoría son artículos usados pero incluso hay muchos con las etiquetas puestas.  A pesar de que el desierto de Atacama es uno de los más grandes del mundo, las montañas de ropa se muestran enormes incluso en un territorio así de grande.

Alternativas al fast fashion

Puede ser sorprendente darse cuenta en verdad qué tanto es que la industria de la moda puede contribuir al cambio climático. Quizá la principal solución a esto es intentar darnos cuenta que en realidad no necesitamos tantas prendas con tanta frecuencia. Esto puede ser bueno tanto para el planeta como para nuestra economía.

Por otro lado es importante informarnos sobre los componentes en nuestras prendas; sería conveniente preferir telas de origen natural calidad como algodón y algodón orgánico. Al mismo tiempo vale más la pena en invertir en pocas prendas atemporales que sean de calidad y puedan durarnos mucho tiempo. También podemos recurrir a prendas vintage o de segunda mano.

También es importante estar atentos a los intentos de ciertas marcas para posicionarse como «ambientalmente responsables» cuando lo que hacen es simplemente una propaganda para aumentar sus ventas y simpatizar con los clientes que reprochan sus prácticas. Una de ellas es la marca H&M. Después de sus supuestas iniciativas de reciclaje, un diario sueco hizo un reportaje para ver dónde terminaban estas prendas. Al ponerle AirTags a las prendas descubrieron que la marca comercializó la ropa reciclada a exportadoras, mismas que las llevaron a diferentes partes del mundo. La mayoría de ellas no se reciclaron por «no estar en buen estado» mientras que  de otras fueron encontradas en África y una en la India.

A pesar de que parezca que no hay nada que se pueda hacer, todavía existen muchas iniciativas que podemos tomar que pueden cambiar la manera en la que compramos.

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Publicado por
Constanza García Gentil

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