El aceite de palma es uno de los ingredientes más comunes en un sinfín de productos comerciales que consumimos hoy en día. Quizá no estemos conscientes todo el tiempo sobre su impacto (tanto en nuestra salud como en el medio ambiente) pero es sumamente importante hacernos conscientes de ello.
El aceite de palma se ha convertido en el aceite vegetal más utilizado en el mundo. Y a pesar de que se podría producir de forma sostenible, el aumento del consumo ha derivado en la tala selvas tropicales para dar paso a las plantaciones. Esta deforestación amenaza la biodiversidad y provoca emisiones de gases de efecto invernadero, además de los daños al ecosistema que provocan los monocultivos y las plantas que no son nativas de la región.
¿De dónde viene el aceite y las palmas?
Las palmeras aceiteras son originarias de África occidental, pero se introdujeron en las regiones tropicales del sudeste asiático y América Latina a finales del siglo XIX. El aceite extraído de la fruta de la palma se utilizaba tradicionalmente en África para cocinar. Sin embargo, hoy es utilizado en una amplia gama de productos: como sustituto de las grasas animales (como la mantequilla), en productos horneados, jabones y cosméticos, o como materia prima para el biodiesel.
Se estima que aproximadamente la mitad de los productos envasados en los supermercados contienen aceite de palma. Y además de las desventajas ambientales en las que deriva su sobreproducción, el aceite de palma también resulta dañino para nuestra salud Esto se debe a que contiene niveles más altos de grasas saturadas que la mayoría de los demás aceites vegetales (y es por eso que lo encontramos en un gran número de alimentos ultraprocesados)
Sin embargo, en términos de practicidad y maximización de ganancias el aceite de palma tiene muchas ventajas. En comparación con la soya, éste requiere solo una décima parte de la tierra, una séptima parte de fertilizantes, una catorceava parte de pesticidas y una sexta parte de la energía para producir la misma cantidad de aceite, por lo que es muy barato. De manera que, para aquellos a quiénes no les importa mucho las consecuencias al medio ambiente, el aceite de palma es una mina de oro.
Al mismo tiempo, el aceite de palma es muy resistente a la oxidación, lo que lo hace adecuado para freír y le da una larga vida útil. Como resultado, el consumo de aceite de palma se ha duplicado en los últimos 15 años hasta alcanzar casi 8 kg por habitante del planeta, y no muestra signos de desaceleración.
Hasta la década de 1960, la palma aceitera se cultivaba principalmente en África, pero desde entonces la producción se ha trasladado al sudeste asiático: según las estadísticas de la FAO, Indonesia (42 % de la producción mundial) y Malasia (36 %) son los principales productores, seguidos de Tailandia (5,6 %), Nigeria (2,9 %), Colombia (2,2 %) y Ecuador (1 %).
Una serie de daños
El aceite de palma ha acumulado incontables denuncias por daños ambientales en las principales regiones productoras, como el sudeste asiático y América Latina. La mayoría de las denuncias son por la pérdida de bosques tropicales que ha provocado la expansión de la palma. En los países latinoamericanos, las comunidades que son vecinas de las plantaciones de palma reportan que las fuentes de agua empiezan a reducirse, algunos ríos a secarse al grado de dejar de ser aptos para pescar o consumir. Al mismo tiempo, la contaminación de los pesticidas y químicos de las fuentes de agua ha generado importantes amenazas a la salud y los ecosistemas.
Estas denuncias se escuchan cada vez más en aquellos países latinoamericanos en donde el cultivo de palma de aceite sigue creciendo. Comunidades rurales de Colombia, Ecuador, Guatemala, Honduras y Panamá han denunciado que los monocultivos de palma de aceite están contaminando sus fuentes de agua. No obstante, probarlo no es un asunto sencillo ya que la carencia de estudios científicos es un gran obstáculo.
El Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) indica que en el 2023 la producción mundial fue de 79.53 millones de toneladas, mientras que en el 2022 se ubicó en 77.96 millones de toneladas. Esto representa un incremento del 2%, una tendencia al alza que se seguirá consolidando este año.
Comunidades rurales de Colombia, Ecuador, Guatemala, Honduras y Panamá no paran de denunciar que los monocultivos de palma de aceite están contaminando sus fuentes de agua. Sin embargo, probarlo no es un asunto sencillo; la carencia de estudios científicos es el principal obstáculo.
En esfuerzos por avanzar en esta lucha, una investigación realizada en Ecuador se convirtió en pionera al exponer la contaminación del agua por los pesticidas utilizados por varios sectores productivos, entre ellos la industria palmicultora. El estudio mostró que entre el 26 % y el 29 % de las especies acuáticas estarían siendo afectadas. Situaciones como ésta podrían vivirse en otros países de la región.
Y con el daño a los recursos viene el profundo daño a las especies que habitan las junglas y bosques. Según la organización World Wildlife Fund (WWF) se ha visto una decimación a especies como el orangután, el orangután de Sumatra, el elefante de Sumatra, Elefante pigmeo de Borneo, y el rinoceronte de Sumatra. Todas estas especies se encuentran en peligro de extinción (algunas en estado crítico). Y si los cultivos siguen creciendo así, no tendrán dónde vivir ni de qué alimentarse.
Los expertos piden un mayor control y vigilancia de las autoridades ambientales en relación al cultivo de la palma. También recomiendan trabajar en un sistema de evaluación de pesticidas para los cultivos más intensivos de la región y crear normas de calidad ambiental para las aguas superficiales de las zonas tropicales.
Sin embargo, con un crecimiento indiscriminado y una demanda soportada por las marcas más importantes del mundo deja poco espacio para una aproximación sostenible y sustentable (considerando que ha sido gracias a esta demanda que el problema ha crecido así). Es por eso que nosotros como consumidores y votantes debemos de conocer este problema, el aporte económico que podemos estar dándole (quizá sin saberlo) y empezar a exigir políticas que respeten los ecosistemas por encima de las ganancias. Y al mismo tiempo, cuidar nuestro bolsillo, nuestra salud y la tierra y los recursos que nos pertenecen.
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