El Mediterráneo es cuna de civilización, de agricultura, de historia, pero la región, que se extiende por el sur y el sudeste de Europa, Oriente Medio y el norte de África, es también un crisol. Hoy, a pesar de milenios de resiliencia frente a amenazas y tragedias, el futuro de la región parece incierto, ya que enfrenta un torrente de cambios ambientales que pocos lugares del mundo igualan. Esto se debe a la diversidad que contiene (ya que forma parte de varios continentes) y la aridez de su vegetación.
En la región encontramos un clima que se está calentando gravemente, entrelazado y agravado por una serie de tendencias socioeconómicas y políticas desestabilizadoras. La diversidad cultural, de ecosistemas y medios de vida hacen que saber abordar estos desafíos actuales y crecientes sea una tarea complicada.
En un informe de febrero de 2022, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) anunció que las temperaturas en el Mediterráneo están aumentando aproximadamente un 20% más rápido que el promedio mundial. Los promedios regionales ya son 1,5 °C más altos que los niveles preindustriales. A nivel mundial, el aumento ha sido más lento, a aproximadamente entre 1,1 y 1,3 °C.
El problema es tan grande que incluso si detuviéramos las emisiones de gases de efecto invernadero es probable que en 2100 el Mediterráneo sea entre 2 y 4 °C más cálido que en el siglo XIX.
Algunos expertos han dicho que parte del aumento regional es fácilmente explicable. Tres continentes que acaparan el calor (Europa, Asia y África) colindan el mar que lleva el nombre de la región. Y las masas terrestres continentales tienden a calentarse más rápido que las partes acuáticas de la Tierra.
En el siglo que viene, la población humana de la región, de más de 540 millones de personas, tendrá que hacer frente a este rápido calentamiento del clima. También tendrá que encontrar formas de lidiar con los otros problemas que convergen aquí: biodiversidad amenazada, alta contaminación, creciente aridez y creciente degradación de la tierra, entre ellos.
Los climatólogos, científicos sociales y profesionales del desarrollo ya están luchando con este desconcertante conjunto de cuestiones con la esperanza de encontrar soluciones, o al menos de encontrar una manera de que la cuna de la civilización perdure.
Los datos son irrefutables: una región mediterránea ya seca se está volviendo aún más árida. En un estudio de 2016 publicado en la revista Science, se estableció que un calentamiento de más de 2 °C desde el comienzo de la revolución industrial sería algo sin precedentes en los últimos 10,000 años. Se trata de un hito que el IPCC considera probable en la región mediterránea para finales de siglo, si no antes. Este análisis sugiere que el cambio climático a este nivel convertirá vastas áreas del sur de España en desiertos.
En términos más generales, la disminución de las precipitaciones durante el verano en muchas partes de la región provocará sequías que marchitarán los cultivos y al mismo tiempo habrán incendios forestales más intensos, que ocurrirán con mayor frecuencia.
A medida que la región se seca en general, las precipitaciones que caen en ráfagas más cortas y concentradas podrían provocar deslizamientos de tierra, inundaciones y erosión que privan a los suelos de los minerales vitales para la producción agrícola.
El cambio climático es uno de los nueve límites planetarios propuestos por los científicos del Centro de Resiliencia de Estocolmo en 2009. Estos umbrales, en conjunto, sirven como límites sugeridos para los procesos naturales que sustentan la vida en la Tierra. Las investigaciones sugieren que las acciones de la humanidad ya han transgredido todos estos límites en diversos grados, lo que ha comenzado a desestabilizar los procesos del planeta y ha dado pie a una serie de eventos destructivos para las especies, incluyendo a los seres humanos..
Y es que ya hemos cruzado el límite que debimos de haber respetado: hemos superado el nivel seguro de carbono que calienta el clima permitido en nuestra atmósfera. Eso significa que hemos entrado en una “zona de incertidumbre”, con mayores riesgos futuros para la civilización, la humanidad y la vida en la Tierra tal como la conocemos.
Los científicos coinciden en que reducir y,eventualmente, detener el flujo de gases de efecto invernadero sigue siendo fundamental. Pero cada vez más, el mensaje del Centro de Resiliencia de Estocolmo, el IPCC y otras instituciones científicas es que la humanidad necesita prepararse para la intensificación de los impactos impulsados por el clima que casi con certeza ocurrirán en las décadas restantes del siglo XXI. Sin duda alguna, es ese el rumbo que parece que estamos tomando, inevitablemente.
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