Uno de los argumentos más importantes para defender al antropoceno como una era geológica real es cómo podemos ver la influencia de los seres humanos en la evolución de otras especies. Este es el caso del bacalao y cómo se ha ido encogiendo progresivamente.
La sobrepesca ha provocado un colapso de la población de bacalao del Báltico, pero durante las últimas tres décadas, el tamaño de los propios peces también se ha reducido de forma drástica y misteriosa.
Ahora, los científicos han descubierto evidencia de que la pesca intensiva ha impulsado rápidos cambios evolutivos que han contribuido a que la longitud promedio de estos peces se reduzca a aproximadamente la mitad desde la década de 1990.
El estudio concluyó que la disminución del tamaño del bacalao (que tenía un largo promedio de 40 cm en 1996 bajó a 20 cm en 2019), tiene una base genética, y que las actividades humanas han dejado una profunda huella en el ADN de la población.
Cuando los ejemplares más grandes son eliminados de la población de forma constante durante muchos años, los peces más pequeños y de maduración más rápida obtienen una ventaja evolutiva. Lo que observamos es la evolución en acción, impulsada por la actividad humana. Esto es científicamente fascinante, pero ecológicamente sumamente preocupante.
La drástica disminución del bacalao ha sido motivo de preocupación durante varias décadas, pero no estaba claro hasta qué punto este fenómeno se debe a factores ambientales, como las condiciones hipóxicas causadas por la proliferación de algas, la contaminación y los cambios estacionales más extremos de la temperatura marina. Fue muy difícil demostrar que se trataba de una evolución.
El estudio utilizó un archivo de diminutos huesos del oído (llamados otolitos) de 152 bacalaos capturados en la cuenca de Bornholm entre 1996 y 2019. Los otolitos son similares a los anillos de los árboles en el sentido de que registran el crecimiento anual, lo que los convierte en importantes referentes biológicos.
El peso promedio de un bacalao en 2019 (272 gramos) fue solo una quinta parte del peso promedio de un bacalao maduro capturado en 1996 (1356 gramos). Este análisis reveló diferencias sustanciales entre los peces de crecimiento rápido y lento.
La pesca de arrastre está diseñada para ser selectiva por tamaño, con tamaños de malla mínimos diseñados para proteger a los ejemplares más pequeños y permitir que los peces alcancen la madurez y desoven antes de ser capturados. Sin embargo, esto podría haber tenido la consecuencia no deseada de generar una fuerte presión evolutiva selectiva a favor de los peces más pequeños, que tendrían más probabilidades de escapar de las redes.
La huella que los humanos están dejando en otras especies no siempre es tan visible. En un segundo estudio publicado esta semana, investigadores del Museo Field de Historia Natural de Chicago informaron que, durante el último siglo, el creciente desarrollo humano podría haber impulsado cambios en los cráneos de roedores locales. Sin embargo, algunos de estos cambios fueron sutiles y no se presentaron de la misma manera en todas las especies.
La sobrepesca no sólo agota las reservas de peces, sino que también altera el mapa genético de la vida marina. Es por eso que este tipo de índices nos hacen darnos cuenta de lo dañino que puede ser nuestro consumo rapaz y el poco respeto y cuidado que tenemos por las especies y sus hábitats.
La realidad es que es importante reflexionar si existe una manera de consumir éticamente cuando consumimos de una manera rapaz. Y más allá de que lo haya o no, esta es una evidencia escandalosa sobre el impacto que puede tener patrones de consumo descontrolados como la sobrepesca. Esto es muestra de que no hay ecosistema o especie que pueda soportar la manera en que llevamos el consumo al límite. Y éste es solo un ejemplo de los miles más que pueden estar sucediendo al mismo tiempo.
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