Mucho hemos escuchado sobre las condiciones insalubres de la lluvia y la llamada “lluvia ácida”. Esta se forma cuando la humedad del aire se combina con óxidos de nitrógeno y dióxido de azufre emitidos por fábricas, centrales eléctricas, calderas de calefacción y vehículos que queman carbón o productos derivados del petróleo que contengan azufre.
¿Cómo surgió la lluvia ácida?
En la década de 1970, la lluvia ácida era una de las amenazas ambientales más graves en América del Norte y Europa. El aire estaba tan cargado de contaminación procedente de las centrales eléctricas de carbón y de los automóviles de la época que la lluvia se volvió tóxica. Los aguaceros mataron peces, destruyeron bosques, erosionaron estatuas y dañaron edificios, lo que provocó la protesta pública.
Se denomina así a la lluvia que sea inusualmente ácida, lo que significa que tiene niveles elevados de hidrógeno (es decir, bajo pH). La mayor parte de las aguas, incluida el agua potable, tiene un pH neutro que oscila entre 6,5 y 8,5, pero la lluvia ácida tiene un nivel de pH inferior y oscila entre 4 y 5 de media.
Se podría decir que con la lluvia ácida lo que “regresa” a la naturaleza es mucho peor que lo que sube debido a su potencial daño a los árboles y los cultivos al igual que en su potencial daño a los lagos de agua dulce, a los peces y al turismo.
A partir de 1990, aproximadamente, Estados Unidos y Europa aprobaron leyes que limitaban la cantidad de contaminantes formadores de ácido, como el dióxido de azufre y los óxidos de nitrógeno, que podían emitir las centrales eléctricas. También entraron en vigor leyes que obligaban a los fabricantes de automóviles a instalar convertidores catalíticos en los vehículos nuevos, lo que reducía las emisiones nocivas. Esto nos lleva al día de hoy: si bien las precipitaciones en algunas regiones siguen siendo anormalmente ácidas, en general, la lluvia ácida es en gran medida un problema del pasado y un gran éxito ambiental.
La nueva amenaza
Sin embargo, ahora hay otro problema con nuestra lluvia, y es aún más alarmante.Si bien las precipitaciones se han vuelto menos ácidas, un creciente conjunto de evidencias sugiere que ahora están llenas de muchos otros contaminantes que plantean un riesgo para la salud pública, incluidos los microplásticos. Y a diferencia de los compuestos que causan la lluvia ácida, estos contaminantes son casi imposibles de eliminar.
Mientras los reguladores gubernamentales se centraban en controlar la contaminación del aire, las empresas estaban ocupadas generando nuevas fuentes de contaminación, incluidos los plásticos y los PFAS, los llamados “forever chemicals”. Los PFAS (sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas), son un gran grupo de compuestos que se utilizan, entre otras cosas, para hacer que las telas sean resistentes a las manchas y las sartenes antiadherentes.
Con el tiempo, estas sustancias de la era moderna (que, como hoy sabemos, tardan décadas o milenios en degradarse) se han filtrado al medio ambiente y han llegado a todos los rincones del planeta, sin importar la altura o la profundidad. Los microplásticos, los PFAS y algunos otros compuestos, como los pesticidas, están ahora tan extendidos que, en esencia, se han convertido en parte de nuestro bioma, al igual que las bacterias o los hongos. Y hoy en día son tan comunes que incluso se encuentran en la lluvia.
Microplásticos en la lluvia
Varios estudios han documentado microplásticos en la lluvia que cae en todo el mundo, incluso en regiones remotas y despobladas. En un análisis de 2020 publicado en la revista Science, los investigadores documentaron microplásticos en el agua de lluvia que cayó en varios parques nacionales y áreas silvestres del oeste de Estados Unidos.
La mayoría de los trozos de plástico eran microfibras, como las que se desprenden de los suéteres de poliéster o las alfombras del suelo de un coche. Los investigadores calcularon que más de 1,000 toneladas métricas de plástico de la atmósfera caen cada año, tanto en forma de lluvia como de polvo seco. Eso equivale a aproximadamente entre 120 y 300 millones de botellas de agua de plástico, según el estudio.
Lo preocupante es que la lluvia termina en aguas subterráneas, ríos y embalses que alimentan los sistemas de agua. Las plantas de tratamiento ayudan y suelen eliminar más del 70% de los microplásticos en el agua, pero algunos aún pasan. Hoy en día es un hecho que los microplásticos son un elemento presente en el ciclo del agua. Sobra decir que esto deja claro que el agua de lluvia no es apta para consumo humano.
El hecho de que corramos o no riesgo de sufrir microplásticos, PFAS y otras sustancias químicas depende de la exposición, es decir, la cantidad de esas sustancias que se inhalen o consuman. No hay mucha cantidad de ellas en un solo vaso de agua de la llave o en una botella. El problema es que hay muchas otras vías por las que estos contaminantes pueden entrar en el cuerpo, como a través de los alimentos. Y con el tiempo se van acumulando.
Es por esto que hay que seguir concientizando sobre la importancia de un sistema adecuado de filtración de agua (con lo que eso implica en el mantenimiento de tuberías y el correcto mantenimiento de presas) y, principalmente, sobre lo alarmante que es el continuo uso de plásticos en nuestro día a día sabiendo los efectos catastróficos que pueden tener en nuestra salud.
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