Las calles de asfalto se derretirían en algunos puntos, lo que haría prácticamente imposible el paso de ambulancias y autobuses. Las luces y los ventiladores podrían cortarse en los barrios si se quemaran los cables subterráneos o se desplazaran las cajas de conexiones.
El servicio de telefonía móvil podría interrumpirse al dejar de funcionar las antenas de los tejados hirvientes. Los trenes se detendrían al hincharse los rieles exteriores, lo que impediría que enfermeros, bomberos y electricistas llegaran a sus puestos de trabajo cuando más se les necesitara.
Son situaciones para las que los funcionarios de la ciudad ya están haciendo planes.
“Una ola de calor de 50 grados no es un escenario de ciencia ficción”, dijo Pénélope Komitès, teniente de alcalde que supervisó hace dos años un simulacro de crisis basado en esas suposiciones. “Es una posibilidad para la que tenemos que prepararnos”.
Francia ha experimentado recientemente su segunda ola de calor del verano, con temperaturas que alcanzaron máximos históricos la semana pasada en el suroeste y alertas por calor en tres cuartas partes del país.
En París, esto se ha convertido en la nueva normalidad. Ocho de los 10 veranos más calurosos registrados en la ciudad desde 1900 ocurrieron a partir de 2015.
En 2019, las temperaturas en París alcanzaron un récord, al acercarse a los 43 grados. Los científicos dicen que la situación empeorará, sobre todo porque el cambio climático está calentando Europa a más del doble del promedio mundial.
En 2022, las autoridades municipales preguntaron a los científicos del clima si París podría sufrir olas de calor que alcanzaran los 50 grados en un futuro próximo.
Su respuesta fue que sí, posiblemente a finales de siglo, o tan pronto como en 2050 si las emisiones de gases de efecto invernadero aumentan exponencialmente.
Pero la modelización de los científicos demostró que ese escenario era improbable si se cumplían los compromisos globales del acuerdo climático de París y se mantenía el aumento del calentamiento por debajo de los 2 grados Celsius.
“No creo que debamos apostar por ello como sociedad”, dijo Alexandre Florentin, concejal ecologista e ingeniero medioambiental que pasó más de una década trabajando en Carbone 4, una empresa francesa líder en mitigación y adaptación al cambio climático.
Dirigió un comité de legisladores municipales, de todos los partidos políticos, para examinar la vulnerabilidad de la capital a las olas de calor extremas. Publicaron su informe, Paris a 50°C, en 2023, al margen del simulacro de crisis.
Descubrieron que había umbrales de temperatura que podían causar averías generalizadas, lo que provocaría una cascada de efectos dominó paralizantes.
Durante una entrevista con el director de un hospital, por ejemplo, Florentin se enteró de que el sistema de aire acondicionado del centro médico estaba diseñado para funcionar solo cuando la temperatura exterior era de unos 42,7 grados Celsius o menos.
Si fuera más alta, se estropearía y el hospital se vería obligado a cerrar sus quirófanos y enviar los casos urgentes a otros hospitales. “¿Qué pasaría si tuvieran el mismo problema?”, dijo Florentin. “No tuvo una respuesta”.
Y añadió: “Mientras se supere ese umbral, nos enfrentaremos a efectos dominó”.
Otro hallazgo importante fue la vulnerabilidad de las escuelas, en caso de que se produjera una ola de calor durante el curso escolar, como a finales de junio.
“Las clases cerrarán y eso tendrá consecuencias en toda la sociedad”, dijo Florentin. “Si sus padres trabajan en un hospital o en las instalaciones eléctricas, habrá problemas mayores”, es decir, falta de personal en momentos cruciales.
Su recomendación más firme fue que la ciudad invirtiera más en patios verdes y sombreados y transformara las escuelas en centros de enfriamiento “pasivo” con diseños que permitieran más circulación de aire o sistemas de enfriamiento geotérmico, no eléctrico.
París está especialmente mal adaptada a las olas de calor. Un estudio de 2023 publicado en la revista médica londinense The Lancet la consideraba la capital europea cuyos habitantes estaban más expuestos a muertes relacionadas con el calor.
La ciudad tiene la mayor densidad de población de Europa, y esas personas están hacinadas en edificios sin aislamiento térmico y con tejados de zinc construidos para los inviernos y veranos históricamente moderados de la ciudad, explicó Franck Lirzin, autor del libro de 2022 Paris face au changement climatique (París ante el cambio climático).
Muchas de sus plazas principales están pavimentadas en piedra y rodeadas de caminos de asfalto, lo que las convierte en radiadores que contribuyen a aumentar la temperatura de la ciudad hasta 10 grados Celsius en comparación con el campo cercano.
Algo menos de 15.000 personas murieron por causas relacionadas con el calor en 2003, durante una ola de calor que azotó Francia aquel agosto. Muchos eran ancianos que vivían en departamentos con tejados de zinc sin aislamiento térmico ni aire acondicionado, según informes de legisladores nacionales y de la agencia nacional de salud pública.
En respuesta, el país elaboró su primer plan nacional contra las olas de calor e introdujo un sistema de registro de personas mayores o discapacitadas aisladas, para poder vigilarlas durante las olas de calor.
Dada la sorprendente velocidad del cambio climático, las lecciones de 2003 ya parecen obsoletas. “Los climatólogos nos dicen que la ola de calor de 2003 pronto se considerará un verano fresco”, dijo Florentin. “Debemos prepararnos para algo mucho peor”.
El simulacro de emergencia de la ciudad suponía una ola de calor de dos semanas, con temperaturas cercanas a los 46 grados centígrados y previsiones de 50 grados.
Los trabajadores municipales se enfocaron en dos barrios parisinos y trasladaron a niños de primaria y secundaria a refugios climáticos instalados en un túnel de tren abandonado y en un estacionamiento subterráneo.
A ese simulacro le siguió un ejercicio de mesa para ver cómo interactuarían y responderían los bomberos, los policías, el personal de los hospitales, la Cruz Roja y otros.
La gran lección del ejercicio fue que “los parisinos no están preparados”, dijo Komitès.
Algunos están intentando cambiar esta situación.
Un grupo sin ánimo de lucro que se enfoca en la alimentación sostenible ha organizado eventos de “Comer a 50 grados” por toda Francia, con chefs que trabajan en menús de origen local que no requieren hornos ni fogones, los cuales exacerban el calor.
Otro grupo, Salud en 2050, ha reunido a médicos, farmacéuticos y científicos médicos para debatir cómo pueden prepararse para las crisis sanitarias y las nuevas enfermedades que un clima más cálido traerá a Francia.
El Odéon-Théâtre de l’Europe está organizando un evento en septiembre en París para debatir cómo pueden adaptarse los teatros y museos a las crisis climáticas.
En mayo, el primer ministro François Bayrou promulgó un decreto que obliga a todos los centros de trabajo a crear un plan contra el calor extremo.
El gobierno de la ciudad ha redoblado sus propios planes de adaptación, a través de los cuales ha retirado lugares de estacionamiento asfaltados y el centro de las calles para plantar árboles: fueron 15.000 solo el invierno pasado, dijo Dan Lert, teniente de alcalde encargado de la transición ecológica de la ciudad y de su plan climático.
“Nuestra primera línea de defensa es la plantación masiva”, dijo Lert en una entrevista. “Los mejores climatizadores naturales de París son los árboles”.
Allí donde la ciudad no puede plantar árboles, los funcionarios están colocando más estructuras para hacer sombra y nebulizadores de agua para ofrecer consuelo durante los días calurosos. Este verano abrieron tres zonas para bañistas en el río Sena, para que la gente tenga lugares donde refrescarse de forma segura durante las olas de calor.
Otra parte clave del plan de defensa es colocar aislamiento térmico a los edificios de la ciudad, para que resistan mejor las olas de calor. Desde 2023, el número de viviendas privadas a las que se ha dotado de aislamiento ha aumentado de 1500 a 7000 al año, con el objetivo de llegar a 40.000 en 2030, dijo Lert.
Pero el reto es enorme. En París hay un millón de viviendas privadas, pocas con aislamiento, dijo.
“Es una carrera contrarreloj”, dijo Florentin. “Va a haber muchos cambios. La cuestión es qué porcentaje de cambio queremos y para el que nos preparamos, y qué porcentaje nos limitamos a sufrir”.
Con información de The New York Times
Foto: Dmitry Kostyukov/The New York Times
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