A pesar de que las propuestas de Kamala Harris y Donald Trump se presenten como radicalmente diferentes (muchas veces una pelea de los buenos contra los malos), existe un sector en el que ninguno de los dos parece estar muy comprometido: la crisis climática. Y lo más grave de esto es que es quizá el problema que más requiere de su atención, no solo por la creciente emergencia en Estados Unidos (en el marco de olas de calor, incendios y huracanes) sino por cómo el país contribuye a las emisiones a nivel global.
Sin embargo, los candidatos presidenciales de los dos principales partidos políticos estadounidenses están presionando cada vez más para que Estados Unidos desarrolle todas las formas de energía (incluidos el petróleo y el gas natural) y proteja su propio sector de tecnología limpia, incluso a expensas de sus aliados y sus propios objetivos climáticos.
No es de extrañar que el expresidente Donald Trump, un negacionista sobre el cambio climático, haya alardeado repetidamente de su historial de impulso a la producción energética nacional, incluidos los combustibles fósiles, y haya prometido imponer más aranceles a los productos chinos, como los paneles solares, si vuelve a ser presidente.
Pero no el solo Trump quién está decidiendo dejar de lado este tema. Kamala Harris también ha promocionado una política energética de «America First«. Si bien la Ley de Reducción de la Inflación de 2022 firmada por el presidente Joe Biden representa la mayor inversión estadounidense para abordar el cambio climático, su vicepresidente se ha atribuido el mérito de cómo amplió el desarrollo del petróleo y el gas.
Y es que esto no es más que un reflejo de la enorme población en este país que también desdeña a la crisis climática como un tema secundario que no merece mucha atención, y mucho menos recursos y esfuerzos. Y al mismo tiempo es una población que sigue defendiendo el uso de la quema de combustibles fósiles. Por lo que, a pesar de la disrupción que han promocionado en el pasado, este es un tema en el que los demócratas han elegido deliberadamente no ser disruptivos. Justo en el tema que lo necesita más desesperadamente.
Una obsesión con el petróleo y el dinero
Harris, durante su primera campaña presidencial en 2019, se comprometió a prohibir el fracking, una técnica controvertida para extraer petróleo y gas de la roca de esquisto, y que es en gran medida responsable de convertir a Estados Unidos en una potencia petrolera y gasística nuevamente.
Por otro lado, Biden prometió que no habría más extracción de combustibles fósiles en tierras federales y que restauraría la posición climática de Estados Unidos en el escenario global. Biden logró que Estados Unidos volviera al acuerdo climático de París poco después de asumir el cargo, pero desde entonces ha supervisado una expansión masiva de la producción de petróleo y gas y ha aumentado las exportaciones de combustibles fósiles a otros países.
En la Convención Nacional Demócrata del mes pasado, el cambio climático apenas se mencionó. Ahora la producción energética de Estados Unidos está en un máximo histórico, y Estados Unidos produce más petróleo y gas que cualquier otro país en la historia. Y quizá nos preguntemos de dónde vino este cambio. La sencilla razón es que ahora los votantes se preocupan mucho más por la economía y mucho menos por el medio ambiente. Sin duda alguna las políticas que vemos hoy se distinguen de la política climática de hace cuatro años, u ocho años atrás.
Aunque la crisis climática sigue siendo una prioridad para muchos demócratas jóvenes, el aumento de la inflación y de los precios de la gasolina en los últimos años ha dejado en un segundo plano las preocupaciones sobre los gases de efecto invernadero. Y cuando los demócratas han actuado en relación con el cambio climático, no han recibido mucho reconocimiento de los votantes, muchos de los cuales ni siquiera conocen las disposiciones climáticas de la Ley de Reducción de la Inflación.
En lugar de hablar del cambio climático como un problema en sí mismo, los demócratas lo han dividido cada vez más en un subconjunto de cuestiones que a los votantes les preocupan de manera tangible, como las tarifas de los seguros, la vivienda, los precios de la energía y la seguridad alimentaria. Y cuando hablan del cambio climático por su nombre, es principalmente para destacar cómo abordar la crisis puede crear nuevas oportunidades económicas. El hecho de que la mayor inversión climática de la historia de Estados Unidos se llame “Ley de Reducción de la Inflación” dice bastante sobre esta estrategia.
El cambio climático y la riqueza
Durante mucho tiempo, el cambio climático fue una función directa de la producción económica. A medida que los países construían más automóviles, carreteras, edificios, puentes y granjas, quemaban más carbón, petróleo y gas natural, que producen gases de efecto invernadero y calientan el planeta. Es por eso que los países que se industrializaron temprano, como Estados Unidos, son los mayores emisores históricos de dióxido de carbono, y por eso el gigante industrial que hoy es China es ahora el mayor emisor actual del mundo.
Sin embargo, la idea de que la única manera de enriquecerse es a través de la destrucción del planeta ya no es vigente. A medida que la eficiencia energética ha aumentado y la energía limpia se ha arraigado, la producción económica ya no tiene por qué estar vinculada al aumento de los gases de efecto invernadero. Más de 30 países (incluido Estados Unidos) han cortado la conexión entre las emisiones y el crecimiento económico, lo que significa que están generando riqueza y prosperidad a un ritmo mayor del que están calentando el planeta a medida que pueden reducir su uso relativo de combustibles fósiles.
Y cada vez más, muchos países ven una oportunidad de negocio en limitar las emisiones de gases de efecto invernadero. Los sectores de tecnología limpia como la energía solar, los vehículos eléctricos y las baterías han sido un foco importante en China, aportando 1,600 millones de dólares a su economía e impulsando el 40% del crecimiento de su producto interno bruto solo el año pasado. China posee hoy el 80% de la capacidad de fabricación de energía solar del mundo, y su intensa inversión en el sector ha contribuido a impulsar una pronunciada caída de los precios mundiales de los paneles solares.
Es por eso que la decisión de ambos candidatos de desdeñar el asunto de la crisis climática para concentrarse en el crecimiento económico no es más que una narrativa simplista para conseguir votos de un sector de la población, pues la realidad es que, incluso cuidando el medio ambiente, pueden existir fuentes de riqueza significativas. Pero la verdadera diferencia es que ninguno de los dos ha dedicado el tiempo o el esfuerzo a crear un plan disruptivo que permita ambas posibilidades. Incluso contando con los recursos para hacerlo.
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