UNFCCC/Diego Herculano
La COP30 terminó tras dos semanas intensas en Belém. Las negociaciones estuvieron marcadas por protestas indígenas, la ausencia de Estados Unidos y un incendio que obligó a evacuar el recinto. El acuerdo final dejó un sabor amargo. Muchos países lo consideran débil frente a la magnitud de la crisis climática. Aun así, hubo avances en financiamiento, bosques y en el reconocimiento de una transición justa.
Desde el inicio existía una fuerte expectativa. Los países querían definir una hoja de ruta clara para abandonar los combustibles fósiles. La ciencia lleva años insistiendo en que la quema de carbón, petróleo y gas es la principal causa del calentamiento global y del aumento de fenómenos extremos. Por eso, más de 80 países, desde Colombia hasta Alemania, reclamaron un plan concreto para avanzar con esta transición. Sin embargo, la propuesta enfrentó la oposición de varios petroestados árabes. Arabia Saudita fue uno de los actores que rechazó incluir el tema en el texto final. Así, esa hoja de ruta desapareció del acuerdo, pese a su inclusión en borradores previos.
En su lugar, los países acordaron una iniciativa voluntaria. Su objetivo será acelerar la implementación de los planes climáticos nacionales y fortalecer la cooperación internacional. También se realizará un diálogo anual para monitorear avances y mantener vivo el objetivo de no sobrepasar 1,5 grados Celsius. El mundo se acerca rápidamente a ese límite.
Ante este escenario, André Corrêa do Lago, presidente de la COP30, intentó ofrecer una salida. En la clausura anunció dos hojas de ruta voluntarias. Una se enfocará en la transición justa de los combustibles fósiles y la otra en detener y revertir la deforestación. Aunque no forman parte del acuerdo oficial de la ONU, invitó a todos los países a sumarse. Además, comunicó la realización de la primera conferencia sobre el fin de la dependencia de combustibles fósiles. Se llevará a cabo en Colombia en abril del próximo año.
Pese al gesto, la frustración persistió. El principal negociador de Panamá, Juan Carlos Monterrey Gómez, afirmó que la COP y el sistema de la ONU están fallando a la humanidad “a una escala histórica”. Dijo que los negociadores siguen defendiendo las mismas industrias que crearon la crisis. Desde Europa también hubo incomodidad. Wopke Hoekstra, comisario europeo de Clima, reconoció que esperaban un acuerdo más ambicioso. Aun así, aseguró que se dio “un paso significativo” en financiamiento para la adaptación.
Uno de los mayores logros de la COP30 fue el compromiso de triplicar el financiamiento para adaptación. Con esto, las naciones ricas deberán pasar de 34.700 millones de euros anuales a un monto mucho mayor para 2035. El objetivo es apoyar a los países vulnerables frente a tormentas, inundaciones, sequías y otros impactos crecientes.
El tema fue fuente de tensiones. Algunos países en desarrollo denunciaron que las potencias ricas condicionaron el aumento de fondos a la eliminación gradual de combustibles fósiles. Richard Muyung, delegado de Tanzania, insistió en que el continente africano emite apenas 4 % de los gases globales. Por eso, acusó a los países ricos de negociar “con nuestras vidas por algo que nunca causamos”.
Según estimaciones del Programa de la ONU para el Medio Ambiente, los países en desarrollo necesitarán 310.000 millones de dólares al año para 2035 solo en adaptación. La cifra muestra la brecha enorme entre las necesidades y los compromisos actuales.
Los países también aprobaron un conjunto de 59 indicadores para evaluar avances en adaptación. La discusión fue conflictiva. Expertas como Pilar Bueno cuestionaron la falta de transparencia y la reducción del listado original, que era más robusto. Además, no se asignaron recursos específicos para garantizar la implementación de los indicadores.
Los bosques ocuparon un lugar especial en esta COP, celebrada por primera vez en la Amazonía. Las delegaciones coincidieron en su importancia para la estabilidad climática debido a su enorme capacidad de almacenamiento de CO₂.
En las negociaciones se logró un progreso temprano. Se anunció la creación del Fondo para los Bosques Tropicales para Siempre (TFFF), con una meta de 125.000 millones de dólares. El fondo combinará garantías públicas e inversiones privadas. Países como Brasil, Indonesia, Alemania, Francia, Portugal, Colombia y Países Bajos anunciaron compromisos iniciales por un total de 5.600 millones de dólares.
También se celebró que, por primera vez en un acuerdo COP, se mencionara a las comunidades afrodescendientes. Este avance llega después de que el presidente Lula reconociera tierras quilombo en Brasil. La evidencia es clara: cuando los pueblos indígenas y las comunidades tradicionales tienen derechos territoriales, la deforestación disminuye.
A pesar de estos avances, el texto final decepcionó a muchos. La presidencia brasileña quería una hoja de ruta para detener la deforestación hacia 2030. Sin embargo, el documento solo pidió “intensificar esfuerzos”. Para organizaciones ambientales, el lenguaje resultó insuficiente. Clare Shakya, de The Nature Conservancy, señaló que la mención a los bosques fue mínima para estar en plena Amazonía.
Uno de los logros más comentados fue el mecanismo para abandonar los combustibles fósiles mediante una transición justa. La propuesta nació del G77 más China. Este mecanismo busca una transición que respete derechos, reduzca desigualdades y proteja a las comunidades afectadas. No obstante, sus detalles se definirán recién en la COP31, que se celebrará en Turquía en 2026.
Organizaciones de la sociedad civil valoraron el anuncio, aunque insistieron en que la verdadera prueba será su implementación. La transición energética también presenta desafíos. El aumento de la demanda de minerales críticos, como litio y cobre, ya genera tensiones en países latinoamericanos. Varios borradores del acuerdo mencionaban los riesgos socioambientales de esta minería, pero esa referencia desapareció del texto final.
La COP30 retomó compromisos formados en la COP29. En Azerbaiyán se acordó que los países desarrollados tomarían la iniciativa para movilizar 300.000 millones de dólares anuales en 2035. También se fijó una meta de 1,3 billones de dólares en financiamiento total, combinando fuentes públicas y privadas.
Brasil y Azerbaiyán presentaron una hoja de ruta para alcanzar esta cifra. Incluye medidas como impuestos internacionales al carbono, canjes de deuda por acción climática y reformas a la arquitectura financiera global. Aun así, varias expertas alertaron que se creó un programa de trabajo de dos años que podría retrasar soluciones urgentes.
Más allá de los textos, lo más evidente en Belém fue la fractura entre países que buscan avanzar y aquellos que defienden sus intereses petroleros. La sesión final lo reflejó con fuerza. Colombia suspendió temporalmente la plenaria al denunciar que no se escucharon sus objeciones.
En paralelo, 50.000 personas marcharon en Belém. Hicieron un funeral simbólico a los combustibles fósiles. Llevaron tres ataúdes: uno para el carbón, otro para el petróleo y otro para el gas. Para ellas, el mensaje es claro: el tiempo de los fósiles debe terminar.
A diez años del Acuerdo de París, la COP30 mostró que el consenso global está fracturado. No hubo acuerdo para dejar atrás los combustibles fósiles. Tampoco se logró un lenguaje fuerte sobre deforestación o minerales críticos. Sin embargo, hubo avances en adaptación, bosques y transición justa.
El director de la CMNUCC, Simon Stiell, afirmó que la transición ya empezó y no se detendrá. Marina Silva recordó que “no hay atajos” para enfrentar el cambio climático. Esta COP quedará registrada como una de las más divisorias. Y al mismo tiempo, como un espejo de la urgencia que enfrenta el planeta.
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